LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO
El proceso de independencia de México fue uno de los más largos de América Latina. Para 1821 el conflicto ya había durado once años, durante los cuales las muertes, capturas, derrotas y persecuciones habían reducido el movimiento original a una guerra de guerrillas, mantenida por el tesón y el valor de hombres como Vicente Guerrero. El desgaste del movimiento y el indulto ofrecido por el virrey Apodaca habían logrado que algunos jefes insurgentes dejaran la lucha. Mientras esto ocurría en la Nueva España, las condiciones en la metrópoli sufrieron cambios sustanciales. Fernando VII, muy a su pesar, debió aceptar la Constitución de Cádiz, que limitaba su poder, consagraba la libertad de imprenta y los derechos del individuo.
Cuenta Artemio del Valle Arizpe que, en esa ocasión, Agustín de Iturbide se desprendió de una de las plumas tricolores que adornaban su sombrero, para enviárselo a la Güera, quien “…la tomó con delicada finura entre el índice y el pulgar y con magnífico descaro se la pasó por el rostro varias veces, lenta y suavemente acariciándolo con voluptuosa delectación”.
Iturbide presidió la Junta Provisional Gubernativa y, al desconocer España los Tratados de Córdoba, fue coronado emperador, entrando en conflicto con el Congreso. Para muchos, en ese momento traicionó los ideales de la lucha insurgente. Tal vez aquel 27 de septiembre, arropado por el regocijo de los mexicanos al saberse por fin independientes, consideró factible constituirse como el primer monarca mexicano. En cualquier caso, los hechos posteriores no empañan ese día de júbilo y gloria para nuestro país y para la ciudad de México.